Ofrecemos hoy en Betania dos reportajes inspirados en fiestas de estos días. El primero es el de la Natividad de la Virgen Maria. Su fiesta tiene lugar este ocho de septiembre. Decir que la estructura del texto es propio de una homilía, así que podrá servir como inspiración de los comentarios homiléticos para esa jornada. El segundo hace referencia al Santísimo Nombre de María cuya memoria se conmemora el lunes, día 12. Las dos obras son –como es habitual en esta sección de Betania—del Padre Jesús Martí Ballester. 1.- FIESTA DE LA NATIVIDAD DE LA VIRGEN MARÍA. Por Jesús Martí Ballester
Hoy nace una clara estrella, tan divina y celestial, que, con ser estrella, es tal, que el mismo Sol nace de ella. En la plenitud de los tiempos, María se convirtió en el vehículo de la eterna fidelidad de Dios. Hoy celebramos el aniversario de su nacimiento como una nueva manifestación de esa fidelidad de Dios con los hombres. NADA EN LA ESCRITURA Nada nos dice el Nuevo Testamento sobre el nacimiento de María. Ni siquiera nos da la fecha o el nombre de sus padres, aunque según la leyenda se llamaban Joaquín y Ana. Éste nacimiento es superior a Creación, porque es la condición de la Redención. Y, sin embargo, la Iglesia celebra su nacimiento. Con él celebramos la fidelidad de Dios. “Sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien” Romanos 8,28. Y es motivo de alegría gozosa y permanente de todos y cada uno de los llamados. No sabemos cómo se cumplirá, pero tampoco sabemos como nace el trigo, y cómo se forja la perla en la ostra. Pero nacen y crecen y se forjan. La inteligencia humana, por aguda que sea, tiene su límite y ya no puede alcanzar más. Cerrar los ojos ante el misterio, sabiéndonos llamados por Dios, y “desbordar de gozo en el Señor, confiando en su misericordia” Salmo 12, 6. Son las palabras inspiradas del salmo de la misa. Todo lo que sabemos del nacimiento de María es legendario y se encuentra en el evangelio apócrifo de Santiago, según el cual Ana, su madre, se casó con un propietario rural llamado Joaquín, galileo de Nazaret. Su nombre significa "el hombre a quien Dios levanta", y, según san Epifanio, "preparación del Señor". Descendía de la familia real de David. Llevaban ya veinte años de matrimonio y el hijo tan ansiado no llegaba. Los hebreos consideraban la esterilidad como un oprobio y un castigo del cielo. Eran los tales menospreciados y en la calle se les negaba el saludo. En el templo, Joaquín oía murmurar sobre ellos, como indignos de entrar en la casa de Dios. Esta conducta se ve celebrada en Mallorca, en una montaña que se llama Randa, donde existe una iglesia con una capilla dedicada a la Virgen. En los azulejos que cubren las paredes, antiquísimos, el Sumo Sacerdote riñe con el gesto a San Joaquín, esposo de Santa Ana, quien, sumiso y resignado, parece decir: No puede ser, no he podido tener hijos.
De Ana y de Joaquín, oriente de aquella estrella divina, sale su luz clara y digna de ser pura eternamente: el alba más clara y bella no le puede ser igual, que, con ser estrella, es tal, que el mismo Sol nace de ella. No le iguala lumbre alguna de cuantas bordan el cielo, porque es el humilde suelo de sus pies la blanca luna: nace en el suelo tan bella y con luz tan celestial, que, con ser estrella, es tal, que el mismo Sol nace de ella. UNA NIÑA SANTA Nace María. Nace una niña santa. Nada se nota en ella hasta que crece y comienza a hablar, a expresar sus sentimientos, a manifestar su vida interior. A través de sus palabras se conoce el espíritu que la anima. Se dan cuenta sus padres: esta niña es una criatura excepcional. Se dan cuenta sus compañeras: que se sienten atraídas por el candor de la niña y, a la vez, sienten ante ella recelo, respeto reverencial. Sus padres no saben si alegrarse o entristecerse. Para conocer lo sobrenatural hace falta tiempo y distancia. No ha habido nunca ningún genio contemporáneo; al contrario, siempre es considerado como un loco, un ambicioso o un soberbio. Los niños hacen lo que ven hacer a los mayores. La niña santa no imita los defectos de los mayores y obra según sus convicciones. Cuando nació Juan Bautista, la gente se preguntaba "¿qué va a ser este niño?" (Lc 1,79). De María se preguntarían lo mismo. Ella comprende que, aunque quisiera hablar de lo mucho que lleva dentro, debe callar. Y tiene que vivir en completa soledad, de la que es un reflejo, el aislamiento del niño que crece entre gente mayor. María, llena de gracia, vivía como perfectísima hija de Dios, entre hombres que habían perdido la filiación divina, habían pecado, y sentían la tentación y sus inclinaciones al pecado. El hombre conoce la diferencia que hay entre lo bueno y lo malo, y cuando obra el mal, percibe la voz de la conciencia. Antes de pecar, la percibe y la desatiende, durante el pecado, la acalla con el gozo del pecado, después de pecar, la oye y quisiera no oírla. Este es el conocimiento del mal, que no procede de Dios, sino de haberse separado de El. María no conoce el mal por experiencia, sino por infusión de Dios. No había pecado nunca. Por eso no entendía a la gente y se sentía sola. Experimentaba que sólo ella era así. Si hubiera vivido en un desierto, no hubiera padecido tanto, pero en Nazaret, aldea pequeña, con fama de pendenciera y poca caritativa, es tenida por orgullosa, la que era la más humilde. Como los niños viven su mundo aparte de los mayores, así tiene que vivir María entre su gente. Y una mujer así, ¿nos puede comprender?, ¿puede ser nuestra madre? Sí porque María es una mujer comprometida con todo el género humano. María fue la pobre de Yahvé. Los pobres de Dios nunca preguntan, nunca protestan. Se abandonan en silencio y depositan su confianza en las manos del Señor y Padre. Con el Concilio Vaticano II hemos recuperado la Biblia, libro prohibido en mis años de juventud. También la Liturgia en castellano. También la Iglesia, no como una pirámide, sino como pueblo de Dios. De la misma manera hemos de recuperar a María, como Hermana en la fe, Madre en la fe. María peregrinó en la fe como todos los cristianos. Se abandonó a Dios. Pudo ser lapidada, al quedarse encinta, pudo ser repudiada... Es la pobre de Yahvé. Querríamos saber más cosas de María. El evangelio nos dice muy poco de Ella. Pero, si bien lo miramos, implícitamente nos dice mucho, todo. Porque Jesús predicó el Evangelio que, desde que abrió los ojos, vio cumplido por su Madre. Los hijos se parecen a sus padres. Jesús sólo a su Madre. Era su puro retrato, no sólo en lo físico, en lo biológico, sino también en lo psíquico y en lo espiritual. LA HERENCIA
En algunas imágenes aparece Santa Ana sentada como una auténtica abuela. Tiene en sus rodillas a María, quien con una apariencia muy maternal, tiene en las suyas al niño Jesús. Tres generaciones, sentada cada una en las rodillas de la otra. Gracias, Dios nuestro, por esta dimensión tan humana de la fe católica. Esforcémonos por vivir como María, niña, adolescente, novia limpia, madre cariñosa y solícita, trabajadora, paciente en la pobreza, en las persecuciones y humillaciones, en las adversidades. Educadora con la palabra y la vida de su hijo, de sus hijos, que somos todos. Así seremos motivo de consuelo y de gozo para “quien nos predestinó, nos llamó, nos predestinó, justificó, glorificó” Romanos 8,24.
2.- DULCE NOMBRE DE MARIA Por Jesús Martí Ballester Cuando voy a escribir sobre el Dulce Nombre de María, la quiero invocar por su Nombre, porque, aunque San Bernardo, el Citarista de María, ha dicho que “De María numquam satis”, es decir, que nunca hablamos bastante de María, yo tengo que medir mis palabras para no cansar y debo establecer un orden, porque además siguen otros Reportajes. SU NOMBRE ERA MARIA
EL NOMBRE Y LA MISION En la Historia de la Salvación es Dios quien impone o cambia el nombre a los personajes a quienes destina a una misión importante. A Simón, Jesús le dice: “Tú te llamas Simón. En adelante te llamarás Kefá, Pedro, piedra, roca, porque sobre esta roca edificaré mi Iglesia”. María venía al mundo con la misión más alta, ser Madre de Dios, y, sin embargo, no le cambia el nombre. Se llamará, simplemente, MARIA, el nombre que tenía, y cumple todos esos significados, pues como Reina y Señora la llamarán todas las generaciones. María, joven, mujer, virgen, ciudadana de su pueblo, esposa y madre, esclava del Señor. Dulce mujer que recibe a su niño en las condiciones más pobres, pero que con su calor lo envuelve en pañales y lo acuna. María valiente que no teme huir a Egipto para salvar a su hijo. Compañera del camino, firme en interceder ante su hijo cuando ve el apuro de los novios en Caná, mujer fuerte con el corazón traspasado por la espada del dolor de la Cruz de su Hijo y recibiendo en sus brazos su Cuerpo muerto. Sostén de la Iglesia en sus primeros pasos con su maternidad abierta a toda la humanidad. María, humana. María, decidida y generosa. María, fiel y amiga. María fuerte y confiada. María, Inmaculada, Madre, Estrella de la Evangelización. LA SALVE ¿Te acuerdas, madre, a tus pies cuántas veces, rece la salve? Así cantaban los niños de mis catequesis: “Estrella de los mares, cuyo reflejos, en mis ojos de niño resplandecieron. ¿Te acuerdas, Madre? ¿A tus pies cuántas veces, recé la Salve? Cuántas veces invocamos a María con gritos del corazón. De júbilo, unas veces, de amor o de auxilio, otras. De tribulación y angustia, no pocas. Con llanto y amarga amargura, dolor y zozobra las más veces, en este valle de lágrimas. ¡María! es un grito que se acomoda a todos los sentimientos de nuestro corazón y a todas nuestras situaciones. Y ¿cómo responde María a nuestro saludo, cuando invocamos su Nombre? ¡Con qué ojos y con qué compasión nos debe de mirar! ¡Con qué cariño y ternura se debe de volcar sobre nosotros!.. ¡AVE, BERNARDO!
SAN EFREN. SAN BUENAVENTURA San Efrén dice "que el nombre de María es la llave de las puertas del cielo," Y San Buenaventura "que María es la salvación de todos los que recurren a ella." "¡Oh Dulcísimo Nombre! Oh María, quién serás Tú que tu nombre sólo es tan amable y lleno de gracia," exclama el beato Enrique Suso. Y San Bernardo: "En los peligros, en las perplejidades, en los casos dudosos, piensa en María, recurre a María, no dejes que abandone tus labios; no dejes que se aparte de tu corazón." María, cuyo Nombre cantan los cielos y la tierra, ¡bendita seas!... El nombre de MARIA, junto con el Nombre de Jesús, es lo más entrañable que tenemos metido en nuestras almas. De niño cantaba ya en mi seminario: Es más dulce tu nombre, María, que el arrullo de tierna paloma/, es más suave que el plácido aroma/, que en su cáliz encierra la flor... Este y otros cantos por el estilo, aunque pasados de moda, indican una realidad. OTROS SANTOS
Este nombre poderoso concede la fortaleza para superar las tentaciones contra la pureza. "Tu nombre, oh Madre de Dios, está lleno de gracias y bendiciones divinas." dice San Metodio. Y San Buenaventura ora, " tu nombre, oh María, no puede pronunciarse sin traer alguna gracia… permítenos, Señora, que con frecuencia podamos acordamos de nombrarte con amor y confianza. Tomas de Kempis afirma "que los demonios temen tanto a la Reina del cielo que sólo con oír pronunciar su nombre, huyen de la persona que lo dice como si del fuego ardiente." La Virgen reveló a Santa Brígida "que no hay pecador en la tierra, por apartado que esté del amor de Dios, del que no huya el demonio, si se invoca su nombre con la determinación de arrepentirse". Y "así como los ángeles rebeldes huyen de los pecadores que invocan el nombre de María, los ángeles buenos se acercan a las almas justas que pronuncian su nombre con devoción, " le dijo la Virgen a Santa Brígida. Jesús le dice a su Madre: "Tus palabras, Madre mía, son tan dulces y agradables para Mi, que no puedo negarte lo que me pides." San Bernardo nos exhorta: "En los peligros, en las perplejidades, en los casos dudosos, piensa en María, recurre a María, no dejes que abandone tus labios; no dejes que se aparte de tu corazón." "La invocación de los nombres de Jesús y María," dice Tomas de Kempis, "es una oración breve que es tan dulce para la mente como poderosa para proteger a aquellos que la usan contra los enemigos de su salvación, y fácil de recordar." AHORA Y EN LA HORA DE NUESTRA MUERTE
Pedía San Germán; "Que el último movimiento de mi lengua sea para pronunciar el nombre de María; " qué dulce, qué segura es la muerte que está acompañada y protegida por la pronunciación del nombre de María”. El Padre Sertorio Caputo, jesuita, exhortaba a los enfermos a invocar frecuentemente el nombre de María; porque es vida y esperanza, y cuando se repite a la hora de la muerte ahuyenta a los demonios y conforta en el sufrimiento. "Bendito sea el hombre que ama tu nombre, María," exclama San Buenaventura. "¡Si, verdaderamente bendito es aquel que ama tu dulce nombre, oh Madre de Dios!, pues “tu nombre es tan glorioso y admirable que quien lo recuerda no tiene temor a la hora de la muerte." Por eso San Camilo de Lellis, fundador de los Camilos, Congregación dedicada a la asistencia a los enfermos, recuerda a sus hijos, que los moribundos pronuncien con frecuencia los nombres de Jesús y María. El Papa Pablo VI en su última agonía, insistía a los circunstantes que invocaran el dulce nombre de María, María. El capuchino Fulgencio de Ascoli, expiró cantando, "¡Oh María, oh María, la más bella de las criaturas! Permítenos ir juntos." Y me contaba un párroco amigo, que su madre moribunda le pedía que le “tocara la musiqueta”, una imagen de la Virgen de Lourdes que cantaba el “Ave María” de Lourdes.
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